sábado, 15 de noviembre de 2014

Plastilina de la buena

Había entre las sábanas un total de cuatro piernas. Todas diferentes. Todas igual de importantes que las demás.

Una tuvo una función importante: patear el edredón, que voló un poco para caer más estirado. Ahora ya se siente más calorcito.

Había muchísimos dedos de todas clases: por arriba y por abajo. Siempre significaba algo bueno cuando se encontraban. Los dedos podían recorrer muchos lugares, como la tripa, la espalda, la cara y a los otros dedos.

Las piernas también podían recorrer a las otras piernas, o descansar su peso sobre algo, o hacer una fuerte palanca por diversión.

Había muchas más cosas entre las sábanas, todas estructuradas con bastante coherencia. Las estructuras, sin límites muy precisos, se juntaban formando nuevas estructuras, que duraban un rato.

Los ojos, además de sentir estas estructuras, podían verlas. Veían al mismo tiempo lo que tenían lejos y lo que tenían cerca, y enseguida los dedos se lanzaban al punto más bello. O a un punto cercano.  Los dedos se paraban por ejemplo... en el esternón.

Aquí comienza el viaje y han decidido ir hacia abajo, porque la tripa tiene una pinta suave y cálida. Va a haber que pasar por encima despacio para que note bien la cantidad de amor que está produciendo.

Una de las piernas quiere unirse. Se mete entre otras dos piernas, y comienza a subir hasta dar con el tope. Esto siempre les gusta a los genitales. La pierna se queda presionando, reiterando su gesto, hasta que llega la mano despacio, a unirse a los genitales que ya esperaban con bastantes ganas, escondidos, disimulando bajo una prenda de tela. Contentos de que la mano venga a visitarles. De que les salude con unas palmadas rítmicas.

Los genitales se expresan a su manera: se quedan algo (más) mojados. Se preguntan cuándo vendrá la próxima visita, porque la mano ya se ha ido a recorrer otras manos, otras piernas, a formar otras estructuras con todas las partes calientes, hechas de plastilina de la buena.

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