martes, 10 de junio de 2014

Conductor secreto



Un tren camino al noroeste traquetea ruidoso e inmenso en medio de una tormenta.

Se hace de noche, y los pasajeros sentados dentro, metidos en sus abrigos de colores apagados, miran por la ventana y conversan.

No viajan cómodos, sino arreglados, y hay mujeres con peinados complicados pero sobrios y las piernas cruzadas y los pies embutidos en botitas o zapatos negros de tacón alto.

Los pasajeros que tienen calor, debido a que en el tren hay calefacción, se abanican con folletos o lo que encuentren, en vez de deshacerse de sus abrigos.

Ahora el tren recorre un valle rodeado de montañas oscuras cubiertas de bosque y rellenas de piedras y agujeros. Fuera se oyen la tormenta y el viento que mueve los árboles, y huele a mojarse hasta los huesos, mancharse de tierra y helarse la cara.

Dentro huele a pantalones y faldas calientes pegados a los asientos, a cristales de ventanas empañados y a cabezas que quieren salir de debajo de sus sombreros.

Bajo el tren huele a hierro frotándose muy deprisa contra otro hierro.

Sobre el tren hay un hombre, agarrado a las partes metálicas del techo, que recorre la tormenta con los ojos bien abiertos y el pecho contra el techo metálico. Sus manos sin guantes se aferran con fuerza.

Conduce el tren a través del paisaje enloquecido. Ya es noche cerrada y sólo ve lo que la luz que arrojan las ventanas del tren y algún rayo esporádico iluminan.

La velocidad y la oscuridad se le meten hasta dentro como una canción. Sabe que sus músculos no le van a fallar.

Este hombre huele a que ojalá el viaje no se acabe nunca.